Pertenezco a esa generación que se vio todas las películas de artes marciales del mundo. Y siempre que terminaba de ver una, salía a la calle y me liaba a puñetazos con todo lo que se movía, y también con lo que estaba quieto (me dejé los nudillos más de una vez con paredes y árboles). Los que vivimos fascinados por Bruce Lee recordamos especialmente uno de sus golpes más característicos, que después he sabido que se llamaba “puñetazo de una pulgada“, el golpe seco y certero que Lee asestaba a sus rivales desde muy cerca, con muy poco recorrido. Pero en apenas unos centímetros el movimiento de su puño resultaba letal.
Como tampoco soy un experto en artes marciales, consulto lo que dice Wikipedia sobre el golpe de una pulgada y me encuentro algún párrafo maravilloso. “En el show de televisión Stan Lee’s Superhumans”, apuntan, “el monje Shaolin Shi Yan Ming demostró su puñetazo de una pulgada en un maniquí de pruebas de choque. Las pruebas mostraron que era 1,7 veces más dañino que un accidente de coche a 30 millas por hora con características de seguridad modernas”. Hace unas semanas, en Popular Mechanichs analizaban cuál era la biomecánica de este golpe y resaltaban que, aunque el puño de Bruce Lee recorre una pequeña distancia en milisegundos, en realidad es un movimiento que implica a todo el cuerpo. La fuerza aumenta al desatar la flexión del codo y el hombro y retirar el cuerpo hacia atrás rápidamente.
Pero a lo que vamos, que este es un blog de neurociencia y no hemos venido aquí a hacer posturitas. Lo interesante del asunto es que la parte más importante del truco está en el cerebro del experto en artes marciales. En el año 2012, el neurocientífico del Imperial College de Londres Ed Roberts realizó un estudio detallado sobre el “puñetazo de una pulgada” y comparó el impacto que eran capaces de dar un grupo de ‘cinturones negro’ de kárate con un grupo de personas con una masa muscular similar pero que no practicaban artes marciales.
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Lo que Roberts y su equipo vieron es que el músculo no es lo más importante a la hora de desatar la fuerza del golpe, sino la capacidad de su cerebro para interiorizar la técnica. Aquellos que eran capaces de sincronizar el golpe con una aceleración brusca- al estilo de Bruce Lee- eran los que asestaban más fuerza. Esto, estarás pensando, te lo puedo decir yo sin hacer ninguna prueba, pero lo interesante es que Roberts analizó la actividad cerebral de sus voluntarios y observó que la fuerza y coordinación estaban relacionados con la actividad de una zona de la corteza llamada área motora suplementaria, que coordina los movimientos musculares de nuestras extremidades y que había sustanciales diferencias en la materia blanca de algunas regiones del cerebelo.